Durante décadas, la artrosis de rodilla se ha explicado siempre de la misma manera: como una enfermedad producida por el desgaste progresivo del cartílago. Una especie de “alfombra” que se va afinando con el paso de los años hasta que desaparece, provocando dolor, rigidez y limitación funcional.
Sin embargo, la investigación científica más reciente está obligando a replantear esta idea.
Hoy sabemos que, en muchos pacientes, la artrosis de rodilla no empieza en el cartílago, sino en el hueso.
Y este cambio de paradigma no es solo académico: tiene implicaciones muy reales en el diagnóstico, el tratamiento y, sobre todo, en la posibilidad de frenar la progresión de la enfermedad antes de que el daño sea irreversible.
En este artículo te explico, de forma clara y comprensible, qué está ocurriendo realmente dentro de la rodilla, qué dicen los estudios más recientes y cómo este conocimiento se traduce en la práctica clínica diaria.
¿Qué es realmente la artrosis de rodilla?
La artrosis de rodilla no es una lesión aislada ni un simple problema de envejecimiento.
Es una enfermedad compleja que afecta a todo el sistema articular.
En la rodilla intervienen el cartílago, el hueso, los meniscos, la membrana sinovial, los ligamentos, los músculos y, algo fundamental, la alineación del eje de la pierna.
Cuando uno de estos elementos falla, el resto intenta adaptarse.
Al principio esa adaptación puede ser eficaz, pero con el tiempo se vuelve perjudicial.
La artrosis aparece precisamente cuando esta capacidad de adaptación se rompe.
Por eso, dos personas de la misma edad pueden tener rodillas completamente distintas: una sin apenas síntomas y otra con dolor importante.
El problema no es solo el cartílago, sino cómo está trabajando todo el conjunto.
El hueso subcondral: la pieza clave que no solemos mirar
El hueso subcondral es la capa de hueso situada justo debajo del cartílago.
Su función es absorber impactos, repartir las cargas y proteger al cartílago de las fuerzas excesivas.
En condiciones normales, este hueso es lo suficientemente flexible como para amortiguar, pero también lo bastante resistente como para soportar el peso del cuerpo.
El problema aparece cuando el hueso subcondral empieza a cambiar su estructura. El hueso es un tejido vivo y responde a las cargas que recibe.
Si una zona de la rodilla soporta más peso de forma constante, el hueso se adapta volviéndose más denso y rígido. A corto plazo esto puede parecer una buena solución, pero a largo plazo tiene consecuencias negativas.
Un hueso demasiado rígido pierde capacidad de amortiguación.
En lugar de proteger al cartílago, le transmite fuerzas más intensas.
De esta forma, el cartílago empieza a deteriorarse no porque sea débil, sino porque el entorno que lo sostiene ha dejado de funcionar correctamente.
El estudio que demuestra que el hueso cambia antes que el cartílago
En 2025 se publicó un estudio especialmente relevante en el Journal of Orthopaedic Surgery and Research que analizó más de 750 rodillas mediante tomografía computarizada (TAC).
El objetivo era estudiar la densidad ósea de la tibia proximal, es decir, del hueso que soporta directamente la rodilla.
Los investigadores utilizaron una medida llamada Hounsfield Units (HU), que permite cuantificar cuán denso es un hueso en un TAC (tomografía axial computada).
Analizaron diferentes zonas de la tibia, comparando rodillas con artrosis y rodillas sin artrosis.
El resultado fue muy revelador.
En las rodillas con artrosis, el hueso de la parte interna de la tibia, conocida como meseta tibial medial, presentaba una densidad significativamente mayor.
En cambio, otras zonas del hueso, especialmente la región metafisaria situada justo debajo, mostraban una densidad menor.
Este hallazgo indica que el hueso no se deteriora de forma uniforme. Se produce un desequilibrio estructural: una zona se endurece en exceso mientras otra pierde capacidad de soporte.
En la artrosis de rodilla, el hueso cambia primero que el cartílago
Este es el mensaje central que debemos comprender: Antes de que aparezcan grandes lesiones visibles en radiografías o resonancias, el hueso ya ha cambiado su estructura interna.
El estudio demostró que, a mayor densidad ósea en la parte interna de la rodilla, mayor probabilidad de presentar artrosis.
De hecho, incrementos relativamente pequeños en la densidad ósea se asociaron con un aumento significativo del riesgo.
Esto significa que el hueso está intentando adaptarse a una sobrecarga crónica, generalmente relacionada con una mala alineación o con un reparto incorrecto del peso corporal.
El cartílago, que depende de ese hueso para funcionar correctamente, acaba sufriendo las consecuencias.

El papel del varo de rodilla y la sobrecarga medial
Uno de los factores más frecuentes asociados a la artrosis de rodilla es el varo, es decir, cuando las rodillas se separan manteniendo los tobillos juntos y la mayor parte del peso recae sobre la parte interna de la articulación.
En estas situaciones, la meseta tibial medial soporta una carga excesiva durante años.
El hueso responde volviéndose más denso y rígido, pero esta adaptación no corrige el problema de fondo.
Al contrario, aumenta la transmisión de fuerzas al cartílago y acelera su desgaste.
El estudio mostró que este fenómeno es especialmente evidente con la edad y, en algunos casos, más marcado en mujeres.
Esto explica por qué la artrosis medial de rodilla es tan frecuente y por qué progresa incluso cuando el cartílago todavía parece relativamente conservado.
La metáfisis tibial: donde empieza el colapso estructural
Un aspecto especialmente interesante del estudio es lo que ocurre en la metáfisis tibial, la zona del hueso que actúa como soporte estructural de la meseta.
Mientras la parte interna del hueso se endurece, la metáfisis pierde densidad ósea.
Es decir, el hueso se vuelve más frágil justo en la zona que debería sostener la carga.
Este desequilibrio favorece el hundimiento progresivo de la rodilla hacia dentro, empeorando el varo y creando un círculo vicioso.
Más carga provoca más deformidad, y más deformidad provoca aún más carga.
Cuando este proceso se mantiene en el tiempo, el cartílago acaba colapsando, pero llega cuando el daño estructural ya está avanzado.
¿Por qué el cartílago no explica todos los síntomas?
Otro estudio publicado en 2025 en BMC Musculoskeletal Disorders analizó la relación entre la rigidez de rodilla y las lesiones visibles en resonancia magnética.
Los resultados fueron muy esclarecedores para la práctica clínica.
Los investigadores observaron que las lesiones de cartílago, por sí solas, no se asociaban de forma clara con la rigidez que sienten los pacientes.
Tampoco las lesiones del hueso subcondral explicaban directamente los síntomas.
Lo que sí se relacionó con la rigidez fueron las lesiones meniscales, la extrusión del menisco y la inflamación de la membrana sinovial.
Esto indica que los síntomas aparecen cuando el sistema articular ya está descompensado y han empezado a fallar varios elementos a la vez.
En otras palabras, el problema empieza antes de que el paciente note síntomas claros. Cuando aparece la rigidez o el dolor, el proceso lleva tiempo en marcha.
Nuevas oportunidades diagnósticas: detectar el problema antes
Comprender que en la artrosis de rodilla el hueso cambia primero que el cartílago abre una ventana muy importante para la prevención.
Si somos capaces de identificar estos cambios óseos de forma precoz, podemos actuar antes de que el daño sea irreversible.
Los valores de densidad ósea obtenidos mediante TAC no son una prueba que deba hacerse de forma indiscriminada, pero sí aportan información muy valiosa en determinados casos.
Permiten identificar rodillas con alto riesgo de progresión, incluso cuando las radiografías muestran cambios mínimos.

Esto nos aleja de una medicina reactiva y nos acerca a una medicina preventiva y personalizada.
Cómo se traduce este conocimiento en el tratamiento
Este cambio de enfoque tiene consecuencias directas en la consulta. Si el problema no es solo el cartílago, el tratamiento tampoco puede centrarse únicamente en él.
El objetivo es corregir el desequilibrio que está forzando a la rodilla a adaptarse mal.
En algunos casos esto implica trabajar sobre la alineación y el reparto de cargas. En otros, mejorar la capacidad del hueso y del músculo para absorber impactos.
Y en situaciones seleccionadas, plantear intervenciones quirúrgicas correctoras antes de que el cartílago esté destruido.
Actuar tarde limita las opciones.
Actuar a tiempo amplía enormemente las posibilidades.
El enfoque A.R.E.S. en la artrosis de rodilla
En la práctica clínica utilizamos un enfoque integral basado en cuatro pilares: Alineación, Regeneración, Ejercicio y Salud metabólica.
La alineación permite redistribuir las cargas.
La regeneración busca estimular los tejidos cuando todavía son capaces de responder.
El ejercicio, especialmente el entrenamiento de fuerza bien dirigido, mejora la absorción de impactos y protege la articulación.
Y la salud metabólica es fundamental para el hueso, el cartílago y la inflamación.
Este enfoque no promete milagros, pero sí ofrece algo mucho más realista: controlar la evolución de la artrosis y mejorar la calidad de vida.
Conclusión: Cambiar la mirada para cambiar el pronóstico
Durante años nos han enseñado a preguntar cuánto cartílago queda en una rodilla.
Hoy sabemos que esa no es la pregunta correcta.
La pregunta importante es cómo está trabajando el hueso que sostiene la articulación y si la rodilla está soportando las cargas de forma equilibrada.
Porque, en la artrosis de rodilla, el hueso cambia primero que el cartílago.
Entender esto permite actuar antes, tratar mejor y, en muchos casos, evitar que la enfermedad avance hasta fases irreversibles.
Si tienes dolor, rigidez o un diagnóstico de artrosis de rodilla, una valoración adecuada puede marcar la diferencia entre frenar la progresión o llegar tarde a las soluciones.
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